Mientras el planeta necesita transformaciones profundas, la Unión Europea dedica su energía a prohibir palabras. Un déjà vu del debate que en Chile enfrentó a NotCo con el propio Ministro de Agricultura.
El Parlamento Europeo ha votado a favor de reservar nombres como steak, burger y sausage exclusivamente para productos de origen animal. Si esta medida prospera —aún falta la aprobación de los Estados miembros—, las “hamburguesas vegetales” y los “filetes de tofu” podrían desaparecer del etiquetado europeo.
La votación, según The Guardian, fue impulsada por eurodiputados de derecha con apoyo de gremios ganaderos, bajo el pretexto de “proteger la transparencia para el consumidor” y “reconocer el trabajo de los agricultores”. Pero la premisa es endeble: no existen estudios serios que demuestren que el público confunde una hamburguesa vegetal con una de carne. Lo que sí existe es un miedo evidente: el miedo de un sistema en declive ante el avance de una nueva cultura alimentaria.
Los defensores del veto apelan a la “transparencia”, pero los consumidores europeos, según datos del propio European Consumer Organisation (BEUC), comprenden perfectamente el significado de los nombres si el etiquetado indica claramente que son productos vegetales. Es decir, nadie cree que un seitan schnitzel o una “salchicha de tofu” contengan vacuno o cerdo.
El problema, por tanto, no es lingüístico, sino político: la verdadera intención es frenar la expansión de la alimentación vegetal. La misma estrategia de “defensa de las tradiciones” que escuchamos también en Chile, cuando el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, sugirió que NotCo debería llamar a su producto “jugo cremoso de soja” en lugar de “leche vegetal”.
Chile y Europa: la misma miopía regulatoria
Como expuse entonces en mi carta abierta al ministro de Agricultura, esta obsesión con las palabras no protege a los consumidores, sino a los intereses de industrias que no quieren adaptarse. Decía en esa ocasión que si aplicáramos la lógica del ministro, tendríamos que llamar a la leche de vaca “secreciones mamarias de bovinos”. La idea resulta incómoda, pero precisamente porque revela la crudeza del sistema y la hipocresía del lenguaje comercial que lo disfraza.
La “hamburguesa vegetal” no busca engañar a nadie: busca ofrecer una alternativa ética y sostenible. Castigar su nombre es castigar la innovación. Es impedir que el lenguaje evolucione junto con la conciencia social. Es el mismo tipo de censura semántica que, en otras épocas, protegió monopolios y sofocó la creatividad.
El lobby cárnico y su sombra legislativa
Francia —la misma nación que hoy lidera este impulso— intentó ya en 2020 prohibir términos como steak o saucisse en productos vegetales. La Corte de Justicia de la Unión Europea anuló ese decreto en 2024 por considerarlo ilegal. Pero el lobby ganadero no descansa: necesita mantener su dominio económico. Controlar las palabras significa controlar la percepción. Si las plantas no pueden llamarse “hamburguesas”, será más fácil mantener la ilusión de que solo la carne es “real”.
Mientras tanto, las consecuencias ambientales de la ganadería siguen creciendo: deforestación, emisiones de metano, contaminación de acuíferos y sufrimiento animal industrializado. La Unión Europea, que pretende liderar la transición ecológica, debería centrar sus esfuerzos en reducir la dependencia de la ganadería, no en blindar su lenguaje.
De la semántica a la ética
El debate sobre si una “salchicha vegetal” puede llamarse así es, en el fondo, una distracción. Una hamburguesa vegetal no destruye bosques, no requiere antibióticos ni genera millones de litros de aguas residuales. Pero mientras las instituciones europeas discuten cómo llamar al tofu, el planeta sigue calentándose.
La batalla del lenguaje es, en realidad, la resistencia de un sistema que se sabe insostenible. Cada término prohibido es una victoria simbólica para quienes no quieren cambiar, y un obstáculo más para quienes trabajan en innovar, crear alternativas y reducir el sufrimiento animal.
La Unión Europea se arroga un barniz de defensora del clima y de la ciencia, pero legisla como si temiera al progreso. Si prohibir la palabra “hamburguesa” es lo mejor que puede ofrecer a sus agricultores, entonces la crisis alimentaria es más profunda de lo que imaginamos.
El lenguaje no necesita protección: necesita libertad para reflejar una realidad en transformación. Y esa realidad, les guste o no a los burócratas de Bruselas, es que el futuro de la comida no es animal. Es vegetal, ético y consciente.
Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana