La prensa es unánime: “Trágica muerte de un cazador estadounidense tras ser embestido por un búfalo en Sudáfrica.” Y una frase resalta entre todas: “ataque no provocado” por parte del animal. En este artículo desmontamos esa peligrosa hipocresía.
“Un ataque repentino y no provocado.” Así lo declaró la empresa de safaris de caza que organizó el viaje, CV Safaris, al referirse al animal que mató a Asher Watkins, un empresario de Texas de 52 años, mientras rastreaba un búfalo del Cabo de 1,3 toneladas junto con sus guías.
¿No provocado? ¿Mientras tres humanos armados rastrean silenciosamente a un animal salvaje, con la intención de dispararle a quemarropa, por pura diversión, por vanidad, por una foto para subir a Facebook junto a su cadáver?
Esta narrativa absurda coincide exactamente con el discurso que escuchamos cuando un torero es corneado por un toro que ha sido drogado, debilitado y torturado con lanzas y banderillas: “una tragedia inesperada”, “un accidente”.
¿Hasta cuándo vamos a seguir fingiendo que las los victimarios son las víctimas?
La narrativa invertida
Cuando un cazador rastrea, persigue y asesina por entretenimiento, se le llama “deportista”. Cuando un búfalo reacciona, defiende su vida y embiste, se le llama “la muerte negra”, según la forma en que medios como Metro optan por referirse a esta especie.
Y cuando un torero muere bajo los cuernos del animal que estaba masacrando públicamente por dinero, se le canoniza como mártir de la tradición, de la “fiesta taurina”.
Vivimos en una sociedad que se conmueve hasta las lágrimas por el cazador muerto, pero ignora por completo a las decenas de miles de animales que estos “aventureros” eliminan cada año en nombre del ego y el espectáculo.
Asher Watkins era un hombre que, según su biografía, “pasó la mayor parte de su vida al aire libre y en ranchos”. En sus redes sociales posaba con cadáveres de ciervos, pumas y otros animales salvajes (ver ilustración, tomada de Facebook, donde Watkins posa orgulloso con su víctima, un puma).
El búfalo que terminó con su vida no era una amenaza.
No estaba invadiendo su casa.
No buscaba hacerle daño.
Simplemente hizo lo que cualquier ser vivo con miedo haría: defenderse.
La moral a conveniencia
La industria de la caza justifica estas muertes como “trágicas”, “inesperadas” y “no provocadas”. Pero lo cierto es que no hay nada de inesperado ni de trágico cuando alguien que mata animales salvajes por placer muere en el intento.
La tragedia real no es la muerte del cazador.
La tragedia es que miles como él se embarcan cada día en “safaris” para asesinar a animales inteligentes y sensibles por el placer de tener una cabeza disecada en la pared del salón.
La tragedia es que se considera “valiente” matar a distancia con un rifle a un animal desarmado.
La tragedia es que se sigue alimentando este relato falso donde los cazadores son individuos intrépidos, dignos de admiración, y los animales, simples trofeos.
La familia de Asher Watkins ha perdido a uno de los suyos. Como todo duelo, merece respeto. Pero eso no puede impedirnos señalar la verdad incómoda: su muerte fue consecuencia directa de una actividad inmoral y cruel.
No fue un accidente natural.
No fue una desgracia sin motivo.
Fue el resultado lógico de entrar al hábitat de un animal salvaje con intenciones de matarlo.
Y si eso no es provocación, entonces, ¿qué lo es?
Tal vez haya en esta historia una oportunidad. Una pequeña rendija para que empecemos a cuestionar no solo la hipocresía del lenguaje, sino la profunda perversión de un sistema que glorifica la caza, romantiza la tortura y disfraza el sadismo de tradición o deporte.
Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana