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Derechos animales

Mataderos en EE.UU. operan al margen de la ley con total impunidad

Un informe del Animal Welfare Institute revela prácticas inhumanas sistemáticas en mataderos estadounidenses. Animales mutilados vivos, terneros muertos en transporte y nula respuesta legal. El Estado brilla por su ausencia.

Un informe del Animal Welfare Institute revela prácticas inhumanas sistemáticas en mataderos estadounidenses. Animales mutilados vivos, terneros muertos en transporte y nula respuesta legal. El Estado brilla por su ausencia.

En los mataderos de Estados Unidos, donde cada año se asesinan más de 38 mil millones de aves y 660 millones de mamíferos terrestres, se perpetúa en silencio una tragedia sistemática. La reciente investigación publicada por el Animal Welfare Institute (AWI), titulada “Humane Slaughter Update: Federal and State Oversight of the Welfare of Livestock at Slaughter”, desvela una realidad horrorosa: la ley que supuestamente protege a los animales durante su matanza —la Humane Methods of Slaughter Act (HMSA)— no solo se viola de forma recurrente, sino que además esas violaciones rara vez enfrentan consecuencias legales.

Entre 2019 y 2022, las inspecciones en plantas de matanza federales y estatales revelaron patrones inaceptables: uso excesivo de fuerza para arrear animales, maltrato a animales discapacitados, fallos repetidos en la insensibilización previa al degüello, y procedimientos dolorosos realizados mientras los animales aún estaban conscientes. En una planta, por ejemplo, un cerdo recibió cinco disparos fallidos antes de ser finalmente aturdido, prolongando su agonía en un acto brutal e innecesario.

El problema no es solo la violencia, sino la impunidad: desde al menos 2007, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) no ha iniciado ni un solo proceso penal contra las más de 800 plantas de sacrificio federales. Tampoco ha derivado casos a las autoridades locales, ni ha presionado para que se apliquen las leyes estatales contra la crueldad animal. Mientras tanto, miles de animales siguen siendo torturados legalmente en nombre de una industria que prioriza la eficiencia económica sobre el mínimo bienestar.

El informe de AWI denuncia también la exclusión deliberada de las aves —la mayoría de los animales asesinados para consumo humano— de la protección de la HMSA. Esto significa que pollos, pavos y otras aves son rutinariamente degollados en masa sin insensibilización, en condiciones de terror y sufrimiento indescriptibles. En las sombras de este sistema, la muerte no es solo un fin: es un proceso de violencia planificada.

AWI, una organización fundada en 1951, ha sido durante décadas una voz firme en defensa de los animales explotados por la industria. Su trabajo ha sido crucial en la creación y reforma de leyes federales, incluyendo la aprobación de la HMSA en 1958 y su enmienda en 1978. A pesar de sus esfuerzos jurídicos y de concienciación, el USDA continúa optando por la “autorregulación voluntaria” de la industria, una estrategia que ha demostrado ser tan inútil como complaciente.

Casos como el de la planta Ida Meats en Idaho, donde murieron aproximadamente 4.000 terneros recién nacidos durante el transporte sin que se abriera siquiera una investigación, muestran la escala del abandono institucional. Y en Iowa, donde inspectores documentaron 250 incidentes de maltrato con instrumentos eléctricos y físicos, tampoco hubo derivación a la justicia penal.

El informe concluye con recomendaciones claras: mayor formación de los trabajadores, revisión obligatoria de los dispositivos de insensibilización, sanciones escalonadas para reincidentes, y cooperación con las autoridades estatales para procesar criminalmente los casos de abuso deliberado.

En Sociedad Vegana consideramos que esta situación no es una falla del sistema: es el sistema. Un aparato diseñado para ocultar el sufrimiento tras puertas metálicas, etiquetas con caricaturas de animales sonrientes y carne empacada. Un aparato cuya existencia depende del silencio social, la desinformación institucional y la desensibilización moral. Mientras sigamos considerando a los animales como productos en lugar de individuos sintientes, estos horrores no solo continuarán, sino que se intensificarán.

No hay forma humana de matar a un animal que no quiere morir, que siente miedo y dolor. Los horrores detallados en el informe de AWI –los aturdimientos fallidos, los animales desmembrados conscientes, los terneros que mueren asfixiados en camiones– no son anomalías; son la manifestación más cruda de un sistema diseñado para convertir vidas en productos al menor costo posible.

Frente a esta barbarie, el veganismo no es solo una opción dietética: es un acto de resistencia ética. La única forma real de asegurar que ningún animal sufra a manos de esta industria es no financiarla. Al elegir alternativas vegetales, no solo salvamos innumerables vidas del tormento, sino que también enviamos un mensaje claro: no estamos dispuestos a ser cómplices de esta crueldad sistemática. Es un acto de compasión, una protesta silenciosa pero poderosa contra un sistema que ha perdido su humanidad, si es que alguna vez la tuvo.