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Veganismo

McDescaro: El gigante del fast food intenta aplastar a una pyme vegana y falla estrepitosamente

Una pequeña empresa chilena se atrevió a hacer lo impensable: importunar al coloso de las hamburguesas industriales con una idea vegana.

Una pequeña empresa chilena se atrevió a hacer lo impensable: importunar al coloso de las hamburguesas industriales con una idea vegana.

McDonald’s, esa multinacional que ha hecho del “I’m Lovin’ It” un jingle que se repite más que el malestar estomacal tras comer sus papas fritas con saborizante de carne preparado a base de leche, creyó ver una amenaza en un emprendimiento local llamado “V Vegan Meat I’m Lovin’them“. Porque claro, cuando vendes cadáveres ultraprocesados, servidos por millones cada día, un pequeño negocio vegano en Chile es, evidentemente, la competencia directa que hay que aplastar.

Todo comenzó en 2021, cuando Felipe Vargas, dueño de esta pyme que ofrece carne vegetal en lugar de sufrimiento animal, cometió —a juicio de McDonald’s— el crimen de registrar su marca en el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI). La multinacional estadounidense, con su radar siempre encendido para detectar peligros existenciales como el seitán y el tofu, reaccionó indignada, alegando que el “I’m Lovin’them” de Vargas era prácticamente un clon mal disimulado de su “I’m Lovin’ It”. Porque indudablemente, dos frases que comparten un verbo y un pronombre no pueden coexistir en este mundo. Sería el fin del capitalismo tal como lo conocemos.

Lo curioso es que, según la lógica del gigante norteamericano, los consumidores —tú, yo y en realidad, cualquiera con dos neuronas— seríamos tan ingenuos que podríamos confundir un local de comida vegana artesanal con sus pestilentes McCombos. Faltaría más, lo primero que uno piensa al ver la palabra “vegan” es en una cajita feliz con nuggets de dudosa procedencia.

Afortunadamente, el INAPI no se creyó los lamentos de McDonald’s. Con criterio y cordura, el organismo chileno concluyó que ambas marcas son claramente distinguibles, con “unidades marcarias independientes”, y que el uso de la palabra vegan y un diseño gráfico propio “alejaban cualquier posibilidad de confusión”. El organismo entendió lo evidente: McDonald’s estaba insultando la inteligencia del público consumidor en su intento por destruir un emprendimiento.

Después de cuatro años de litigios, desgaste emocional y múltiples apelaciones (porque McDonald’s, como buen Goliat corporativo, juega al agotamiento), la justicia chilena falló a favor de la pyme. Una victoria legal que es, a la vez, un enorme triunfo simbólico para el veganismo, la creatividad, y el derecho de las pequeñas empresas a existir sin ser pisoteadas por botas de payaso.

Felipe Vargas lo dijo con claridad: “Es una victoria que va más allá de lo legal”. Es una afirmación de que estamos avanzando, de que hay espacio para hacer las cosas bien —desde los ingredientes hasta los principios. Y también una advertencia a quienes, desde el privilegio corporativo, creen que pueden frenar las ideas con talonarios de cheques para sus abogados. Porque McDonald’s, al parecer, tiene más recursos que sentido del ridículo.

McDonald’s puede seguir “lovin’ it”, pero hoy, nosotros “lovin’them”. A los pequeños, a los éticos, a los que cocinan con convicción y no con los manuales de una franquicia corporativa. Lovin’them también se aplica al amor por los animales, al amor que deriva en el respeto por su sintiencia, por su dignidad. Porque si algo quedó claro en esta historia, es que ni el marketing millonario ni el poderío legal pueden contra la fuerza de una causa justa.

Buen provecho, McDonald’s. Porque después de este tropiezo legal, la empresa seguirá como si nada: vendiendo maltrato animal disfrazado de cajita feliz.

Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana

Ilustración: El brutal contraste entre la iconografía infantilizada de un payaso corporativo y la realidad sangrienta de la industria que representa. La “diversión para toda la familia” se construye sobre el sufrimiento sistemático de miles de millones de víctimas.