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Beagles: la docilidad que la industria de la experimentación animal convierte en condena de por vida

La docilidad de los beagles, esa ternura que los convierte en compañeros perfectos para las familias, es precisamente la razón por la que laboratorios como el británico MBR Acres los crían masivamente para torturarlos. Forzados a ataques cardíacos, intoxicaciones químicas y enfermedades, estos perros siguen mirando con confianza a quienes les infligen el sufrimiento. ¿Hasta cuándo lo permitiremos?

En 2022, un grupo de activistas de Animal Rising entró al criadero Marshall BioResources Acres (MBR Acres), cerca de Cambridge, Inglaterra, y liberó a 23 cachorros beagle de un destino atroz: una vida entera de experimentos crueles en laboratorios. Fue una acción directa, planificada para salvar vidas concretas. Sin embargo, tres años después, esas mismas personas -20 en total- se enfrentan a un juicio que podría condenarlas hasta 10 años de prisión por “robo” y “posesión de bienes robados”.

La ironía es abrumadora: la justicia británica trata a estos perros como “propiedad robada” y a sus rescatistas como delincuentes, mientras que quienes lucran con su sufrimiento operan con licencias legales desde hace décadas.

Por qué beagles

La elección de esta raza por parte de la industria no es casualidad. Según reconoce incluso la documentación oficial, los beagles son utilizados masivamente debido a su “naturaleza dócil”. Tal como un técnico de laboratorio declaró al Free Beagle Project:

“No se defienden. Nos dejan hacerles lo que queramos, por eso nos gustan los beagles.”

Detrás de esa frase hay un retrato crudo: perros que nunca morderán, que soportarán inyecciones dolorosas, ataques cardíacos provocados, alimentación forzada con químicos tóxicos y enfermedades introducidas deliberadamente, todo mientras miran a sus agresores con confianza.

Cada año, MBR Acres cría hasta 2.000 beagles para venderlos a los 16 semanas de edad a laboratorios donde la vida se reduce a un protocolo de sufrimiento. Un informe del Ministerio del Interior británico (2020) reveló que el 67 % de los procedimientos consistía en la administración forzada de sustancias químicas hasta por 90 días, sin anestesia ni alivio del dolor.

La oportunidad de poner a la industria en el banquillo

El juicio contra estos 20 activistas no es solo una amenaza a la libertad de personas que arriesgaron todo por salvar vidas; es una oportunidad histórica para exponer públicamente un modelo de “ciencia” que ya no se sostiene ni ética ni técnicamente.

En 2023, en Sociedad Vegana escribíamos que la inteligencia artificial podría marcar el principio del fin para la crueldad contra los animales en laboratorios. Citando un reportaje de Sophie Kevany en Sentient Media, explicábamos cómo IBM desarrolla un modelo de IA capaz de predecir la toxicidad de medicamentos con mayor precisión que las pruebas tradicionales en animales, utilizando datos históricos y eliminando la necesidad de infligir sufrimiento.

Este enfoque, junto con tecnologías como los órganos en chip y los modelos de tejido humano en 3D, demuestra que existen alternativas más fiables, éticas y reproducibles que los experimentos en animales. Incluso organismos reguladores como la FDA y la EMA han comenzado a mostrar interés en integrar estas herramientas en sus procesos.

El mensaje era -y sigue siendo- muy claro: no hay justificación ética para seguir torturando seres vivos cuando la ciencia ya dispone de medios superiores para garantizar la seguridad de los medicamentos. A pesar de ello, el gobierno británico continúa avalando la cría y uso de beagles como si fuera inevitable.

Animal Rising plantea la pregunta que todos deberíamos hacernos: “Si la sociedad rechaza abiertamente la crueldad hacia los perros en cualquier otro contexto, ¿por qué seguimos permitiéndola bajo el pretexto de la ciencia?”

Camp Beagle: la protesta que no cesa

Aparte de la acción directa de Animal Rising, cabe mencionar que desde julio de 2021 la campaña Camp Beagle mantiene una presencia ininterrumpida, día y noche, frente a las puertas de MBR Acres, denunciando lo que ocurre dentro: un criadero industrial de beagles desterrados de la luz, del contacto humano y condenados a la experimentación científica. Su dedicación incansable ha conseguido, entre otras cosas, que más de 200 000 personas firmaran una petición en 2025, lo que derivó en un debate parlamentario sobre el fin del uso de perros en pruebas de laboratorio. Además, Camp Beagle honra simbolicamente a los beagles sin nombre: placas con nombres grabados en collares recuerdan su existencia frente al criadero. Incluso han rastreado actividades clandestinas como entregas nocturnas de gas para presionar a proveedores a romper la cadena de abastecimiento.

Una línea que no deberíamos cruzar

Paralelamente, este caso revela algo igual de inquietante que la brutalidad institucionalizada: nuestra capacidad de ignorar, convenientemente, algunas realidades. Durante más de seis décadas, MBR Acres ha explotado la docilidad de estos animales. Pero, como subraya Animal Rising, lo único que no ha cambiado en todo este tiempo es la naturaleza confiada y afectuosa de los beagles. Así, esa misma inocencia que debería inspirar protección, se ha convertido en la razón de su condena.

No se trata solo de 20 activistas, ni siquiera solo de 23 cachorros rescatados. Se trata de una industria entera basada en la vulnerabilidad de quienes no pueden defenderse, y de un sistema legal que, en lugar de perseguir a quienes torturan a seres inocentes, persigue a quienes lo detienen.

Este juicio no debería ser contra la compasión, sino contra la crueldad. Y cada persona que ama a un perro debería sentir que este es también su caso.

Más información y formas de apoyar la campaña de Animal Rising en esta página.

Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana

Ilustración: fotografías (c) de Animal Rising

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¿Ataque no provocado? El búfalo solo se defendía

La prensa es unánime: “Trágica muerte de un cazador estadounidense tras ser embestido por un búfalo en Sudáfrica.” Y una frase resalta entre todas: “ataque no provocado” por parte del animal. En este artículo desmontamos esa peligrosa hipocresía.

“Un ataque repentino y no provocado.” Así lo declaró la empresa de safaris de caza que organizó el viaje, CV Safaris, al referirse al animal que mató a Asher Watkins, un empresario de Texas de 52 años, mientras rastreaba un búfalo del Cabo de 1,3 toneladas junto con sus guías.

¿No provocado? ¿Mientras tres humanos armados rastrean silenciosamente a un animal salvaje, con la intención de dispararle a quemarropa, por pura diversión, por vanidad, por una foto para subir a Facebook junto a su cadáver?

Esta narrativa absurda coincide exactamente con el discurso que escuchamos cuando un torero es corneado por un toro que ha sido drogado, debilitado y torturado con lanzas y banderillas: “una tragedia inesperada”, “un accidente”.

¿Hasta cuándo vamos a seguir fingiendo que las los victimarios son las víctimas?

La narrativa invertida

Cuando un cazador rastrea, persigue y asesina por entretenimiento, se le llama “deportista”. Cuando un búfalo reacciona, defiende su vida y embiste, se le llama “la muerte negra”, según la forma en que medios como Metro optan por referirse a esta especie.

Y cuando un torero muere bajo los cuernos del animal que estaba masacrando públicamente por dinero, se le canoniza como mártir de la tradición, de la “fiesta taurina”.

Vivimos en una sociedad que se conmueve hasta las lágrimas por el cazador muerto, pero ignora por completo a las decenas de miles de animales que estos “aventureros” eliminan cada año en nombre del ego y el espectáculo.

Asher Watkins era un hombre que, según su biografía, “pasó la mayor parte de su vida al aire libre y en ranchos”. En sus redes sociales posaba con cadáveres de ciervos, pumas y otros animales salvajes (ver ilustración, tomada de Facebook, donde Watkins posa orgulloso con su víctima, un puma).

El búfalo que terminó con su vida no era una amenaza.
No estaba invadiendo su casa.
No buscaba hacerle daño.
Simplemente hizo lo que cualquier ser vivo con miedo haría: defenderse.

La moral a conveniencia

La industria de la caza justifica estas muertes como “trágicas”, “inesperadas” y “no provocadas”. Pero lo cierto es que no hay nada de inesperado ni de trágico cuando alguien que mata animales salvajes por placer muere en el intento.

La tragedia real no es la muerte del cazador.

La tragedia es que miles como él se embarcan cada día en “safaris” para asesinar a animales inteligentes y sensibles por el placer de tener una cabeza disecada en la pared del salón.

La tragedia es que se considera “valiente” matar a distancia con un rifle a un animal desarmado.

La tragedia es que se sigue alimentando este relato falso donde los cazadores son individuos intrépidos, dignos de admiración, y los animales, simples trofeos.

La familia de Asher Watkins ha perdido a uno de los suyos. Como todo duelo, merece respeto. Pero eso no puede impedirnos señalar la verdad incómoda: su muerte fue consecuencia directa de una actividad inmoral y cruel.

No fue un accidente natural.
No fue una desgracia sin motivo.
Fue el resultado lógico de entrar al hábitat de un animal salvaje con intenciones de matarlo.

Y si eso no es provocación, entonces, ¿qué lo es?

Tal vez haya en esta historia una oportunidad. Una pequeña rendija para que empecemos a cuestionar no solo la hipocresía del lenguaje, sino la profunda perversión de un sistema que glorifica la caza, romantiza la tortura y disfraza el sadismo de tradición o deporte.

Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana

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Chile se indigna por el faenamiento de perros: ¿y el sufrimiento diario en los mataderos?

Chile reacciona con indignación ante un caso de faenamiento de perros para consumo humano. La Fiscalía investiga y las redes sociales arden. Y sin embargo, cada día, en silencio, otros animales sufren en condiciones similares o peores. ¿Qué hace que el dolor de unos nos duela y el de otros nos parezca normal?

La noticia difundida hoy por medios chilenos sobre el presunto faenamiento de perros para consumo humano en la ciudad de Antofagasta, en el norte del país, ha generado, con razón, un repudio generalizado. La Fiscalía abrió una investigación de oficio, y la comunidad, profundamente alarmada, ha reaccionado con consternación. El horror de imaginar a perros siendo capturados, sacrificados y vendidos como carne ha tocado una fibra profunda en la sensibilidad colectiva.

Pero esta reacción – por más legítima, justa y necesaria que sea – también deja al descubierto una herida moral no resuelta: la del sufrimiento cotidiano, sistemático y normalizado de millones de otros animales, cuyos gritos nadie escucha, aunque son idénticos en intensidad y desesperación.

Cada día, en los mataderos de Chile y del mundo, vacas, cerdos, corderos y pollos – todos animales sensibles, con ganas de vivir, de jugar, de correr y de sentirse seguros – atraviesan procesos similares o incluso peores. También a ellos se les arrastra, se les encierra, se les somete al miedo, al dolor, al desmembramiento. También hay alaridos. También hay sierras. Pero ahí, nadie filma. Nadie se escandaliza. Nadie llama al fiscal regional, como ocurrió en Antofagasta.

No se trata de relativizar el sufrimiento de los perros – todo lo contrario. Se trata de tomar esa compasión, ese rechazo visceral que sentimos al leer la noticia, y extenderlo. De atrevernos a mirar más allá del marco que nos enseñaron. Porque el dolor no cambia según la especie. No hay sufrimiento de primera y sufrimiento de segunda. El horror no se vuelve menos horroroso solo porque esté legalizado o culturalmente normalizado.

Cuando una sociedad se escandaliza por el faenamiento de perros, pero al mismo tiempo promueve el consumo de carne de otros animales, está trazando una línea moral arbitraria. Una línea que no nace de la ética, sino de la costumbre.

En particular, no se trata de llamar hipócritas a quienes se indignan por este caso. Esa indignación es valiosa. Pero sí creemos que vale la pena reflexionar sobre por qué, como sociedad, aceptamos sin cuestionar otras formas de sufrimiento animal que no son menos crueles, solo más frecuentes. La reacción colectiva chilena es una prueba de que la empatía sigue viva. De que el alma colectiva aún tiene capacidad de indignación frente a la crueldad. Lo que se propone aquí es algo profundamente humano: no cerrar esa compuerta de empatía, sino abrirla más. Mirar a los ojos de otros animales, igual de inocentes, igual de vulnerables, y preguntarnos: ¿por qué no ellos también?

La violencia de los mataderos es extrema. Y sin embargo, se nos presenta como moderada, racional, incluso necesaria, y donde se practica “el sacrificio humanitario“. ¿No es eso, en el fondo, el verdadero extremismo? Justificar lo injustificable. Invisibilizar lo atroz. Convertir en rutina lo que, si ocurriera en un patio trasero con un perro, nos revolvería el estómago.

Hoy, como sociedad, tenemos una oportunidad. No solo para exigir justicia por los perros de Antofagasta, Chile, sino para cuestionar la estructura que sostiene este doble estándar. Para construir una ética que no dependa del animal en cuestión, sino del principio de que ningún ser que quiere vivir debería ser asesinado por placer, tradición o conveniencia.

El horror no debería ser selectivo. La compasión tampoco.

Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana

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Suiza desenmascara a la industria: A partir de hora, la crueldad animal tendrá su propia etiqueta

Imagina entrar al supermercado y que cada producto de origen animal te cuente su verdadera historia. Una que hable de castración sin anestesia o de picos recortados. Esto no es una utopía; es la realidad que llegará a Suiza en 2026, un avance que pone en jaque a toda una industria.

Un cambio sin precedentes está a punto de llegar a los supermercados suizos. El Consejo Federal ha aprobado una legislación pionera que marcará un antes y un después en la transparencia alimentaria y la defensa de los animales. A partir del 1 de marzo de 2026, la verdad sobre el sufrimiento animal dejará de estar oculta tras un empaque atractivo.

La verdad al descubierto: ¿Qué implica la nueva ley?

Esta pionera medida obliga a que todos los productos de origen animal, tanto locales como importados, informen explícitamente si los animales fueron sometidos a prácticas dolorosas sin anestesia. Procedimientos estandarizados por la industria como la castración de lechones, el descorne de terneros o el recorte de picos en aves ya no podrán ser ignorados por quienes consumen.

La ley es contundente y no deja lugar a ambigüedades. Incluso productos como el foie gras, cuya producción está prohibida en Suiza por su extrema crueldad, deberán llevar una etiqueta de advertencia si son importados. El mensaje es claro: la responsabilidad no termina en las fronteras.

Un modelo a seguir: el efecto dominó que esperamos

La iniciativa de Suiza es mucho más que una simple etiqueta; es un cuestionamiento directo al corazón del sistema de explotación animal. Arroja luz sobre una realidad que la industria ganadera se ha esforzado durante décadas en camuflar con imágenes de granjas felices y un marketing engañoso.

Nos preguntamos: ¿Y si todos los países hicieran lo mismo? ¿Si cada cartón de leche o bandeja de carne tuviera que confesar el dolor que hay detrás? Este es el tipo de transparencia que puede provocar un cambio de conciencia masivo. Es una herramienta poderosa para desmontar la disonancia cognitiva que permite a la sociedad indignarse por el maltrato a un perro, pero ignorar el sufrimiento sistemático de una vaca, un cerdo o una gallina.

Nuestra lucha, nuestra voz: ¿qué significa esto para el veganismo?

Como personas veganas o en transición, esta noticia es una validación de nuestra lucha. Confirma lo que llevamos años diciendo: que la opacidad es el principal aliado de la crueldad y que la información es poder. Este avance nos da un motivo renovado para seguir educando, conversando y demostrando que existen alternativas deliciosas y éticas.

Esta ley no es la solución final, pues no busca abolir la explotación, pero sí rompe el silencio cómplice. Es una grieta en el muro de la indiferencia.

Celebremos este paso, pero recordemos que nuestra meta es un mundo donde no haya sufrimiento que etiquetar. Que cada elección que haces, cada plato basado en plantas que compartes y cada conversación que inicias sea parte de esta revolución compasiva. Porque cada acto cuenta y, juntos, estamos construyendo un futuro donde la coherencia y el respeto por todos los seres vivos sean la norma, no la excepción.

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Mataderos en EE.UU. operan al margen de la ley con total impunidad

Un informe del Animal Welfare Institute revela prácticas inhumanas sistemáticas en mataderos estadounidenses. Animales mutilados vivos, terneros muertos en transporte y nula respuesta legal. El Estado brilla por su ausencia.

En los mataderos de Estados Unidos, donde cada año se asesinan más de 38 mil millones de aves y 660 millones de mamíferos terrestres, se perpetúa en silencio una tragedia sistemática. La reciente investigación publicada por el Animal Welfare Institute (AWI), titulada “Humane Slaughter Update: Federal and State Oversight of the Welfare of Livestock at Slaughter”, desvela una realidad horrorosa: la ley que supuestamente protege a los animales durante su matanza —la Humane Methods of Slaughter Act (HMSA)— no solo se viola de forma recurrente, sino que además esas violaciones rara vez enfrentan consecuencias legales.

Entre 2019 y 2022, las inspecciones en plantas de matanza federales y estatales revelaron patrones inaceptables: uso excesivo de fuerza para arrear animales, maltrato a animales discapacitados, fallos repetidos en la insensibilización previa al degüello, y procedimientos dolorosos realizados mientras los animales aún estaban conscientes. En una planta, por ejemplo, un cerdo recibió cinco disparos fallidos antes de ser finalmente aturdido, prolongando su agonía en un acto brutal e innecesario.

El problema no es solo la violencia, sino la impunidad: desde al menos 2007, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) no ha iniciado ni un solo proceso penal contra las más de 800 plantas de sacrificio federales. Tampoco ha derivado casos a las autoridades locales, ni ha presionado para que se apliquen las leyes estatales contra la crueldad animal. Mientras tanto, miles de animales siguen siendo torturados legalmente en nombre de una industria que prioriza la eficiencia económica sobre el mínimo bienestar.

El informe de AWI denuncia también la exclusión deliberada de las aves —la mayoría de los animales asesinados para consumo humano— de la protección de la HMSA. Esto significa que pollos, pavos y otras aves son rutinariamente degollados en masa sin insensibilización, en condiciones de terror y sufrimiento indescriptibles. En las sombras de este sistema, la muerte no es solo un fin: es un proceso de violencia planificada.

AWI, una organización fundada en 1951, ha sido durante décadas una voz firme en defensa de los animales explotados por la industria. Su trabajo ha sido crucial en la creación y reforma de leyes federales, incluyendo la aprobación de la HMSA en 1958 y su enmienda en 1978. A pesar de sus esfuerzos jurídicos y de concienciación, el USDA continúa optando por la “autorregulación voluntaria” de la industria, una estrategia que ha demostrado ser tan inútil como complaciente.

Casos como el de la planta Ida Meats en Idaho, donde murieron aproximadamente 4.000 terneros recién nacidos durante el transporte sin que se abriera siquiera una investigación, muestran la escala del abandono institucional. Y en Iowa, donde inspectores documentaron 250 incidentes de maltrato con instrumentos eléctricos y físicos, tampoco hubo derivación a la justicia penal.

El informe concluye con recomendaciones claras: mayor formación de los trabajadores, revisión obligatoria de los dispositivos de insensibilización, sanciones escalonadas para reincidentes, y cooperación con las autoridades estatales para procesar criminalmente los casos de abuso deliberado.

En Sociedad Vegana consideramos que esta situación no es una falla del sistema: es el sistema. Un aparato diseñado para ocultar el sufrimiento tras puertas metálicas, etiquetas con caricaturas de animales sonrientes y carne empacada. Un aparato cuya existencia depende del silencio social, la desinformación institucional y la desensibilización moral. Mientras sigamos considerando a los animales como productos en lugar de individuos sintientes, estos horrores no solo continuarán, sino que se intensificarán.

No hay forma humana de matar a un animal que no quiere morir, que siente miedo y dolor. Los horrores detallados en el informe de AWI –los aturdimientos fallidos, los animales desmembrados conscientes, los terneros que mueren asfixiados en camiones– no son anomalías; son la manifestación más cruda de un sistema diseñado para convertir vidas en productos al menor costo posible.

Frente a esta barbarie, el veganismo no es solo una opción dietética: es un acto de resistencia ética. La única forma real de asegurar que ningún animal sufra a manos de esta industria es no financiarla. Al elegir alternativas vegetales, no solo salvamos innumerables vidas del tormento, sino que también enviamos un mensaje claro: no estamos dispuestos a ser cómplices de esta crueldad sistemática. Es un acto de compasión, una protesta silenciosa pero poderosa contra un sistema que ha perdido su humanidad, si es que alguna vez la tuvo.

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La prohibición de la carne de laboratorio en Oklahoma: Protegiendo el lucro, ignorando el dolor

Esta semana, la Cámara de Representantes de Oklahoma, Estados Unidos, dio un paso preocupante al impulsar un proyecto de ley dirigido claramente a detener el progreso y proteger intereses arraigados.

Citando preocupaciones de seguridad alimentaria y el “derecho de los habitantes de Oklahoma de comer carne real de animales reales”, legisladores de ese estado aprobaron el martes 25 de marzo una medida que prohibirá las alternativas de carne cultivada en laboratorio, reporta la publicación Oklahoma Voice. El representante Ty Burns, republicano, dijo que la medida es necesaria para proteger a los habitantes de Oklahoma y su cultura, así como a la industria agrícola, que es uno de los principales motores económicos del estado.

La discusión en la legislatura de Oklahoma se reduce a un conflicto entre el proteccionismo basado en el miedo y la libertad del consumidor. Los defensores de la prohibición, impulsada por legisladores republicanos, enarbolan vagas banderas de seguridad alimentaria, invocan la necesidad de proteger la cultura de la “carne real” y la economía agrícola existente, y descartan la carne cultivada como parte de “agendas indeseables de ambientalistas y animalistas”. Utilizan un lenguaje alarmista, comparándola con “células cancerosas”, a pesar de admitir la falta de evidencia específica. Los opositores califican estos argumentos como tácticas para infundir miedo diseñadas para proteger a la industria cárnica de la competencia, poniendo de relieve la hipocresía de prohibir esto mientras se permiten alimentos probadamente nocivos y notando que se utiliza una ciencia de cultivo similar en otros lugares.

Jared Deck, uno de los detractores de la prohibición, ha cuestionado la lógica detrás del proyecto: “Comemos Twinkies fritos (los Twinkies son unos pastelitos industriales populares en Estados Unidos, rellenos de crema azucarada). Alimentamos a nuestros hijos con estos productos todos los días, pero ahora pretendemos prohibir una tecnología que podría ayudar a muchas personas a seguir su fe o su dieta”, dijo Deck, citado por Oklahoma Voice. El legislador denunció también el doble estándar del sector agrícola, que desde hace años emplea cultivos genéticamente modificados, sin que se cuestione su legitimidad.

Desenmascarando las preocupaciones disfrazadas

Los argumentos presentados por los promotores de la prohibición carecen de sustancia y están diseñados para proteger los intereses financieros de la industria cárnica convencional.

Asimismo, las “preocupaciones por la seguridad alimentaria” son una consabida táctica utilizada para sofocar la innovación que amenaza a las industrias establecidas. La carne cultivada está sujeta a una rigurosa supervisión regulatoria por parte de organismos como la FDA y el USDA en los Estados Unidos. Estas agencias tienen la tarea de garantizar la seguridad alimentaria. Afirmar que es “peligrosa hasta que se sepa que es segura” sin proporcionar evidencia es pura especulación diseñada para incitar el miedo. Los impulsores de la prohibición llegaron incluso a comparar las células cultivadas del entorno controlado de la carne de laboratorio con el cáncer, un argumento deliberadamente engañoso y alarmista.

La “protección de la cultura” y la “carne real”

La definición de “carne real” es convenientemente estrecha aquí. La carne cultivada es carne animal, cultivada a partir de células animales, solo que sin requerir la cría y el sacrificio del animal entero. La cultura evoluciona, y las opciones alimentarias evolucionan a la par. Usar la “cultura” como escudo ignora las dimensiones éticas y ambientales de las prácticas actuales. Además, como señaló el representante Deck, “muchos alimentos altamente procesados comunes en la dieta moderna están lejos de sus orígenes ‘naturales’, sin por ello enfrentar ataques legislativos”.

La prohibición no se trata de la seguridad pública; se trata de proteger a la industria ganadera de la competencia. Se busca bloquear la innovación simplemente para proteger los modelos de negocio existentes, algo inherentemente contrario al libre mercado y la libre competencia. En última instancia, se perjudica a los consumidores y se obstaculiza el progreso hacia sistemas alimentarios más sostenibles y éticos.

El silencio ensordecedor: ¿Dónde están los animales en este debate?

Lo que está completa y trágicamente ausente de toda la discusión legislativa reportada por Oklahoma Voice es cualquier consideración por los propios animales.

Los legisladores que debaten sobre “seguridad alimentaria”, “cultura” y “economía” ignoran por completo el profundo sufrimiento inherente a la agricultura animal convencional. Los miles de millones de vacas, cerdos, pollos y otros animales criados para alimento soportan confinamiento, mutilaciones sin anestesia, transporte estresante y sacrificio aterrador. Este es el sistema de “carne real de animales reales” que están tan interesados en proteger.

Aquí es donde alternativas como las opciones a base de plantas y la carne cultivada ofrecen un potencial revolucionario. Proporcionan vías para disfrutar de los sabores y texturas a los que la gente está acostumbrada, sin el inmenso sufrimiento animal.

Las opciones a base de plantas ya han logrado grandes avances, ofreciendo hamburguesas, salchichas, nuggets y más, hechos de soja, proteína de guisante, hongos, etc. Reemplazan directamente los productos animales, reduciendo la demanda de cría industrial y sacrificio.

La carne cultivada es una nueva ruta. Al cultivar carne directamente de células animales, se elimina la necesidad de criar y matar grandes cantidades de animales. Soluciona las objeciones éticas al sacrificio mientras satisface a los consumidores que desean el sabor, textura y composición específicos de la carne animal.

Prohibir la carne cultivada, como están intentando los legisladores de Oklahoma, cierra la puerta a una vía prometedora para reducir drásticamente el sufrimiento animal a gran escala. Prioriza las ganancias derivadas de la explotación animal por encima del progreso ético.

Como alguien que ha sido vegano durante 12 años, la idea de comer carne, incluso cultivada en laboratorio, no me atrae personalmente. La carne animal simplemente no es algo que mi cuerpo o mente anhele; está completamente fuera de mi sistema. Mi preferencia está en la vasta y deliciosa variedad de alimentos a base de plantas disponibles hoy en día.

Sin embargo, esta postura no desconoce el increíble potencial de la carne cultivada desde una perspectiva de los derechos animales. Indudablemente, a muchas personas les gusta el sabor de la carne pero están cada vez más incómodas con el costo ético – el sufrimiento animal involucrado. Para estas personas, la carne cultivada ofrece un puente, una nueva vía. Les permite seguir comiendo los alimentos que disfrutan sin contribuir directamente al sacrificio de animales. Se adapta a las personas, ofreciendo una solución que alinea las preferencias de sabor con las preocupaciones éticas.

Además, la carne cultivada tiene un potencial formidable para la industria de alimentos para mascotas. Este recurso odría proporcionar alimentos nutricionalmente apropiados para mascotas como perros y gatos, eliminando la necesidad de sacrificar otros animales para su consumo. Esto resolvería un conflicto ético significativo para muchos veganos dueños de mascotas.

Por lo tanto, aunque yo personalmente no haré fila para una hamburguesa cultivada en laboratorio, veo el prurito para prohibirla – accionado por el proteccionismo de la industria y una indiferencia deliberada frente al sufrimiento animal – como profundamente poco ético y contraproducente. Deberíamos estar explorando todas las vías que reduzcan nuestra dependencia de las crueldades de la agricultura animal industrial, no cerrándolas con base en la codicia.

Por Héctor Pizarro, Sociedad Vegana

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La indignación selectiva: cuando un pequeño wombat despierta más compasión que millones de terneros

Esta semana, las redes sociales y los medios de comunicación estallaron con una indignación justificada cuando una “influencer” arrebató un bebé wombat a su madre en Australia, como parte de su generación de contenidos.

El incidente, que duró apenas un minuto antes de que la cría fuera devuelta, provocó la condena de los más altos niveles del gobierno australiano; incluyendo al primer ministro que lo calificó de «indignante».

La fuerte reacción pública demuestra que, como sociedad, entendemos algo fundamental: separar a un bebé de su madre es cruel y traumático. Reconocimos la angustia tanto del bebé como de su madre. Vimos el miedo de la cría mientras chillaba al ser sostenida por la influencer, de nombre Samantha Jo Strable, alias “Sam Jones” que, por lo demás, se dedica a contenidos sobre caza. Empatizamos con el pánico de la madre wombat mientras daba vueltas en un segundo plano, impotente para proteger a su cría.

Pero esa misma empatía desaparece misteriosamente cuando se trata de las prácticas habituales de la industria láctea.

La realidad oculta de la industria láctea

Cada día, en miles de granjas lecheras de todo el mundo, los terneros recién nacidos son separados de sus madres, no por un minuto, sino de forma permanente. A diferencia del pequeño wombat, que fue devuelto rápidamente, estos terneros nunca volverán a reunirse con sus madres.

Esta separación ocurre dentro de las 24 horas posteriores al nacimiento, a menudo inmediatamente después del parto. ¿Y por qué? Porque la leche que la naturaleza destinó a estos terneros se ha desviado para el consumo humano: para nuestros cafés con leche, quesos y helados.

Las vacas lecheras no son máquinas de producir leche. Son mamíferos con fuertes instintos maternales, como la madre wombat del vídeo viral. Las investigaciones han documentado cómo las vacas madres braman durante días llamando a sus terneros. Algunas se niegan a comer y muestran claros signos de miedo y angustia.

¿La diferencia? Ningún primer ministro condena la práctica. Ningún ministro de inmigración comprueba si alguien ha «incumplido las condiciones», como fue el caso de la influencer estadounidense de paso en Australia.

El doble estándar

La indignación por el breve trato de Jones a un pequeño de wombat (que finalmente fue devuelto ileso) contrasta con nuestro silencio colectivo sobre la separación de por vida de millones de vacas madres de sus crías.

¿Cómo se explica esta desconexión? Quizá sea porque hemos clasificado a algunos animales como merecedores de protección y a otros como alimento. Quizá sea porque las prácticas de la industria láctea ocurren a puerta cerrada, mientras que el incidente del wombat se desarrolló en las redes sociales. O quizá sea simplemente que no queremos afrontar la incómoda verdad que se esconde tras nuestras elecciones alimentarias diarias.

Si agarrar a un bebé wombat durante un minuto merece la indignación colectiva, cobertura mediática y la intervención del gobierno, ¿cuál debería ser nuestra respuesta a una industria cuya esencia consiste en separar permanentemente a millones de terneros de sus madres?

No se trata de desestimar las preocupaciones legítimas sobre el acoso a la vida silvestre. Las acciones de Jones fueron indudablemente una estupidez y falta de respeto con la vida silvestre de Australia. Pero nuestra indignación moral no debería ser selectiva, dependiendo de qué especie se perjudique o de qué productos nos guste consumir.

La verdadera compasión por los animales requiere coherencia. Si podemos entender el trauma de una madre wombat y su cría al ser separadas por unos segundos, deberíamos preocuparnos igualmente por las madres vacas que nunca vuelven a ver a sus crías, todo por un producto del que podemos prescindir fácilmente.

Así que la próxima vez que pidas un café con leche, recuerda que la leche de tu taza ha llegado a costa del vínculo entre una madre y su cría, que merece la misma protección y respeto que le daríamos a cualquier wombat.

Por Héctor Pizarro, Sociedad Vegana

Ilustración: Fotografìa de Sam Jones vía The Guardian. Fotografìa de vaca y su cría vía Animal Equality.

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La masacre invisible: si los humanos fueran sacrificados como animales

Imagina que toda la población humana, 8.000 millones de personas, desapareciera en solo 36 horas. Esto no es ciencia ficción. Es el equivalente a lo que hacemos con los animales todos los días.

Un video viral pone de manifiesto esta realidad. Comienza con una imagen impactante: una multitud apiñada que representa a la población humana mundial. A medida que la cámara se aleja, aparecen monumentos emblemáticos como la Torre Eiffel y la Estatua de la Libertad, lo que da una perspectiva gráfica a la magnitud de 8.000 millones de personas en un solo lugar.

La asombrosa dimensión de nuestra violencia

La magnitud sobrepasa la comprensión: cada año, más de 80 mil millones de animales terrestres son sacrificados para el consumo humano: más de 220 millones al día, 9 millones cada hora, 150 000 cada minuto. Eso equivale a más de 2500 animales por segundo.

Y esto no incluye los billones de peces y animales marinos sacrificados anualmente, cuyas muertes quedan ocultas por terminología industrial como «cosecha» y «captura».

La falsedad del “sacrificio humanitario” de todos estos animales fue puesta de relieve en nuestra conversación con un misántropo.

La paradoja ética

Vivimos en un mundo en el que la muerte de un solo ser humano puede dominar los titulares, pero sacrificamos sistemáticamente miles de millones de seres sensibles cada año sin pensarlo dos veces. No son solo números, representan vidas individuales, cada una capaz de experimentar miedo, dolor y sufrimiento. La forma en que se mata a estos animales nos horrorizaría si se hiciera con perros y gatos.

Lo que hemos normalizado en la agricultura animal se consideraría genocidio si se infligiera a cualquier población humana. La distancia entre estas dos realidades revela una profunda inconsistencia moral en la forma en que valoramos la vida.

El poder del citado video viral radica en obligarnos a enfrentarnos a esta disonancia cognitiva. Al traducir el sufrimiento animal en términos humanos, elimina las cómodas abstracciones que utilizamos para justificar la matanza a escala industrial.

La evidencia está disponible para cualquiera que esté dispuesto a buscarla. Documentales como Dominion (dominionmovement.com/watch) revelan la brutal realidad de la cría de animales en granjas. La horrorosa evidencia gráfica captada con cámaras ocultas muestran lo que la industria trata desesperadamente de ocultar.

Un momento de elección

Cada comida es un punto de decisión: una oportunidad para perpetuar esta matanza masiva o elegir la compasión. Lo más impactante no es solo la escala de la matanza, sino nuestra elección colectiva de ignorarla.

Mientras lees estas palabras, el recuento sigue avanzando: otros 2500 animales… y otros.. y otros. La cuestión no es si estas muertes están ocurriendo, sino si seguiremos mirando en otra dirección.

Por Héctor Pizarro, Sociedad Vegana

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Cómo una red de voluntarios lo arriesgó todo para salvar a los animales de los incendios de Los Ángeles

En una época en la que el cambio climático amenaza cada vez más la vida de las personas y los animales, los recientes incendios forestales de Los Ángeles han revelado algo extraordinario: la existencia de una amplia red de voluntarios dispuestos a arriesgarlo todo para proteger a quienes no pueden protegerse a sí mismos. Su historia no se limita al rescate, sino que plantea la redefinición de nuestra relación con todos los seres sintientes en tiempos de crisis.

Una carrera contrarreloj

Cuando las llamas arrasaron los alrededores de Los Ángeles, mientras la mayoría de la gente huía para ponerse a salvo, un increíble grupo de voluntarios avanzaba en dirección contraria. Según información publicada por The Guardian, estos valientes se movilizaron a través de las redes sociales y de llamadas telefónicas, y trabajaron toda la noche para salvar animales, desde caballos y ovejas hasta cerdos e incluso emúes.

Destaca especialmente la historia de Brittany «Cole» Bush, fundadora de Shepherdess Land & Livestock. En medio del caos de las zonas de evacuación y los cortes de electricidad, Bush y su equipo consiguieron evacuar con seguridad granjas enteras, incluidos rebaños de ovejas poco acostumbrados al contacto humano. No se trataba sólo de un rescate físico, sino de comprender las necesidades y los temores de los animales, lo que demuestra lo fundamental que es manejar estas situaciones con urgencia y empatía.

No todos los casos tuvieron un final feliz. The Guardian informa de que, en un desolador incidente, perecieron 32 de un total de 40 caballos por estar encerrados en corrales sin vía de escape. Este desgarrador episodio pone de manifiesto la importancia de una preparación adecuada ante los desastres en lo que respecta al bienestar de los animales.
Los esfuerzos de rescate revelan la dedicación de los rescatadores. Como demostró la experiencia de Brady Heiser con Fancypants, un cerdo de 75 kilos, estos voluntarios demostraron una paciencia y una comprensión increíbles incluso en las circunstancias más difíciles. Reconocieron que todos los animales, independientemente de su tamaño o especie, merecían una oportunidad para sobrevivir.

Un paso adelante: prepararse para futuras catástrofes

A medida que el cambio climático aumenta la frecuencia e intensidad de las catástrofes naturales, debemos incluir el bienestar animal en nuestros planes de respuesta ante emergencias. A continuación se muestran algunas consideraciones cruciales para proteger a los animales durante las catástrofes:

  1. Disponer de un plan de evacuación que incluya a todos los animales.
  2. Preparar kits de emergencia específicos para las necesidades de los animales.
  3. Asegúrese de que todos los animales están debidamente identificados.
  4. Mantener una red de contactos y recursos de emergencia.
  5. Practique regularmente los procedimientos de evacuación.

Construir comunidades resistentes

Los incendios de Los Ángeles demostraron la importancia de las redes comunitarias a la hora de salvar vidas. El ejemplo de Brittany Bush, que creó un directorio de recursos e infraestructuras disponibles para la evacuación de animales en Ojai, es un excelente modelo para otras comunidades.

No se trata entonces solo de rescate, sino también de prevención y preparación. Como miembros de la comunidad vegana, tenemos una perspectiva integral sobre el bienestar animal y podemos desempeñar un papel crucial en la defensa de una mejor preparación para emergencias para todos los seres sensibles.

Fuentes:

Fuente primaria: «El ‘convoy de personas increíbles’ que salva animales de los incendios infernales de California», de Gabrielle Canon en The Guardian, 14 de enero de 2025.

Otras recomendaciones de preparación para catástrofes extraídas de:

  • Directrices de la Asociación Americana de Medicina Veterinaria (AVMA) sobre preparación ante catástrofes.
  • Directrices de la Humane Society of the United States para la planificación en caso de catástrofe.
  • Información sobre preparación para mascotas de Ready.gov.

Recuerde: como dijo Brittany Bush en el artículo de The Guardian: “Hay muchas cosas buenas y positivas que se derivan de esto”. Por lo tanto, unamos esfuerzos para asegurarnos de que estamos preparados para proteger todas las vidas en caso de desastre.

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El cazador cazado: Una parábola sobre la violencia innecesaria

Mientras la ciudad duerme, un rifle de postones asoma por una ventana. Su dueño, cómodamente instalado en pantuflas, ejerce su pequeña cuota de poder sobre las criaturas más débiles del jardín.

El “francotirador de pijama” se acomoda en su sillón, rifle de postones en mano. Desde la comodidad de su ventana, espera pacientemente a sus víctimas – conejos silvestres que tienen la desgracia de cruzar su jardín. El arma, de bajo calibre, raramente mata al instante. Los animales heridos se retuercen en agonía hasta que el cazador sale, fríamente, a desnucarlos para terminar con su sufrimiento.

Los cuerpos demacrados de estos conejos apenas ofrecen sustento – son criaturas escuálidas, y nuestro cazador debe roer los huesos para extraer la poca carne que tienen. Pero no es hambre lo que motiva esta cacería – su refrigerador está bien abastecido. Es algo más primitivo: el placer de ejercer poder sobre seres más débiles. Lisa y llanamente, el placer de matar.

La naturaleza, no obstante, tiene una forma peculiar de enseñarnos sobre la fragilidad de nuestra posición en la cadena alimenticia. ¿Qué sucedería si nuestro “halcón de interior” se encontrara en el extremo receptor de esta misma lógica predatoria? ¿Cómo reaccionaría si un depredador más fuerte lo seleccionara como objetivo?

La lógica del depredador urbano

En nuestras ciudades, los grandes depredadores naturales han sido reemplazados por otro tipo de cazadores: aquellos que acechan en calles oscuras y seleccionan víctimas para despojarlas de sus pertenencias o su vida. La lógica es sorprendentemente similar – identificar un objetivo vulnerable y tomar lo que desean.

Nuestro “héroe del postón”, tan valiente desde su ventana, sería probablemente el primero en clamar por justicia, en llorar su condición de víctima, en exigir protección si se encontrara cara a cara con un depredador más fuerte, como un asaltante armado. La hipocresía de esta postura es evidente: quien encuentra placer en causar sufrimiento innecesario debería, al menos, tener la honestidad intelectual de aceptar la misma lógica cuando se aplica en su contra.

La hipocresía de la victimización selectiva

¿Qué diferencia fundamental existe entre el “francotirador de sofá” que dispara a conejos indefensos y el depredador urbano que lo selecciona como víctima? Ambos actúan bajo la misma lógica predatoria: el más fuerte ejerce su poder sobre el más débil. La única diferencia real es quién ocupa la posición de poder en cada momento.

Más allá de la depredación

La verdadera evolución moral consiste en reconocer que tenemos la capacidad de elegir no participar en este ciclo de violencia innecesaria. Pero si algunos, como nuestro cazador, insisten en perpetuar el sufrimiento simplemente porque pueden hacerlo, supongo tendrían al menos la decencia de aceptar “la lógica del depredador” en todas sus manifestaciones – incluso cuando se encuentran en el extremo receptor de esa misma violencia que tan alegremente infligen a otros.

La próxima vez que nuestro “cazador con pantuflas” apunte su rifle hacia estos conejos indefensos, quizás debería reflexionar sobre su propia vulnerabilidad en un mundo donde la ley del más fuerte aún prevalece en ciertos rincones oscuros de nuestras ciudades.

Por Héctor Pizarro
Sociedad Vegana